domingo, 10 de julio de 2016

Cuento Taoista


aldea


Érase una vez hace muchos siglos, en la aldea de Chou, vivían en una humilde cabaña un viejo maestro taoísta y su joven discípulo Lieh Tse, el cual ya llevaba unos años practicando y profundizando en los misterios del Tao.


Un día en la aldea se enteró el joven discípulo, que en lo profundo de las montañas habitaba un prestigioso chamán con asombrosos poderes; entre otros podía determinar el día, hora y lugar exactos de la muerte de una persona. Así pues decidió Lieh Tse hacer una visita al brujo.

Cuando se encontró con el chamán se asustó del aspecto que tenía, llevaba plumas de ave alrededor del pelo, collares de huesos, pulseras hechas con cascabeles de serpiente y poseía un semblante aterrador.

El chamán miró fijamente a Lieh a los ojos, hizo extraños sonidos guturales, escupió licor a una hoguera, tiró extraños polvos al fuego formando caprichosas volutas de humo multicolor. Acabó el ritual rugiendo en la cara del joven como una fiera embravecida. Lieh asustado salió corriendo y fue a ver a su maestro a toda prisa. Le confesó a Hu Tse, el viejo maestro taoísta, que se había asustado con el chamán; ya que de pequeño casi le devoró un jaguar y quedo traumatizado de por vida.

El maestro calmó a su discípulo y le dijo que hablara con el chamán para concertar una cita en su propia casa.

Al día siguiente se presentó el chamán en casa del viejo maestro. Lieh esperó fuera y al cabo de unos minutos salió el chamán y le dijo:

-Tu maestro es hombre muerto, le quedan unas pocas horas de vida. Cuando le he mirado a los ojos he visto cenizas húmedas.

El joven entró llorando a ver al maestro. -Maestro el chamán dice que se va a morir, lo siento.

-Ese chamán es un necio. Simplemente cuando ha escudriñado mi interior he detenido mi flujo de chi. Me he mostrado como la inamovible tierra, como una sólida montaña; así le he engañado haciéndole creer que me estoy muriendo. Dile al chamán que venga mañana a visitarme de nuevo.

Y así fue. Al día siguiente volvió el chamán a visitar al maestro.

Al rato sale el chamán sonriendo y le dice al discípulo:

-Eres afortunado de haberme llamado. Milagrosamente tu maestro se está recuperando.

Lieh Tse no entendía nada y entró para ver a su maestro. Hu Tse le explicó:

-Hoy me he mostrado como el vacío celestial, el Wu chi, sin nombre ni sustancia, el principio sin origen. Le he dejado ver mi yuan chi brotando de mis talones, mi energía primordial. Dile que venga mañana otra vez.

En efecto el chamán volvió al día siguiente. Entró a visitar al viejo de nuevo. Al poco rato salió confuso y preocupado.

-No entiendo nada. Este maestro tuyo cambia cada día. Primero vi la muerte en sus ojos, al día siguiente vi brotar vida a borbotones, hoy no puedo leer nada en su semblante. Dejaré que su espíritu se asiente y vendré mañana a ver si veo con más claridad.

El maestro se dirigió a Lieh Tse y le dijo:

-Hoy me he mostrado como el Tai Chi, la gran esencia, donde todas las cualidades primordiales están en armonía y perfecto equilibrio. Por supuesto lo único que ha visto ese patán es el equilibrio perfecto de mi chi interior. Cuando el océano de chi interior sufre una perturbación, hace que las olas formen remolinos muy profundos. En esa profundidad existen nueve niveles. Yo tengo nueve centros de chi en mi cuerpo. Yo sólo le he mostrado tres que le han confundido.

Al día siguiente cuando volvió el chamán de visita, Lieh Tse se quedó muy cerca de la puerta, para ver si podía escuchar algo. Pero en esta ocasión el chamán no duró ni un minuto en el interior de la cabaña. Salió corriendo, con sus collares alborotados y la mirada enloquecida. Desapareció en el horizonte como alma que lleva el diablo. Nunca más se volvió a saber de el chamán, desapareció sin dejar rastro.

Lieh Tse le preguntó al maestro por lo ocurrido. Y éste contestó:

-Simplemente le he mostrado mi verdadero ser. Como era antes de cobrar vida, como la brizna que dobla el viento en las marismas, como el agua que fluye de los manantiales. Me he abierto completamente a él y le ha asustado tanto lo que ha visto, que ha salido corriendo.

Lieh Tse comprendió que tenía que aprender mucho todavía. Con lágrimas en los ojos se despidió de su maestro y se volvió a su hogar a dedicarse a las tareas domésticas más sencillas, pero a la vez profundas. Se mantuvo integro y sólido como una montaña. A la vez que fluyó como el curso de un río.

Poco a poco empezó a entender las palabras de su viejo maestro.

Dejó de intentar aprenderlo todo.

Dejó de intentar ser bueno.

Dejó de intentar convertirse en un ser iluminado.

Empezó a experimentar su ser en comunión con el gran Tao infinito y permaneció próximo al Tao hasta el fin de sus días.

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